Hotel
Había llevado tantas chicas a este mismo hotel que la recepcionista lo miró chistoso.
- Aquí tienes -dijo ella, de pelo castaño rojo tirando a color sangre.
Había llevado tantas chicas a este mismo hotel que la recepcionista lo miró chistoso.
- Aquí tienes -dijo ella, de pelo castaño rojo tirando a color sangre.
- Gracias -dijo el chico, parándose sobre la punta de sus zapatos e inclinando el mentón hacia delante, antes de coger las llaves y el control remoto- 60 soles por una habitación mohosa, ¿a quién se le puede ocurrir? -Cogió a su chica de la mano y se la llevó caminando por aquellos pasillos sin comienzo ni final, hasta la puerta indicada.
Ella, de estatura baja y de rasgos finos, de cabello negro y una media sonrisa radiante, se quedó parada largo rato antes de entrar a la habitación a la que él llegó contento y rampante, silbando una melodía pegajosa y socarrona, a la que sólo le pudo atribuir un par de estribillos mal compuestos.
- Huele a humedad -replicó ella, sin ganas de darle detalles sobre su primera impresión.
- Huele a humedad -replicó ella, sin ganas de darle detalles sobre su primera impresión.
Aquel cuarto olía a pescado fresco, a mar chalaco. La habitación olía a sexo de mujer. ¿Cómo explicárselo sin que esto los llevara a una conversación sin sentido?
- ¿No vienes a la cama? -Le preguntó él en ropa interior. Su pantalón había volado por los aires y su camisa a cuadros yacía ahora en el piso. Apenas llevaba unos calzoncillos blancos y unas medias plomas.
La chica caminó hacia él. La televisión empezó a proyectar imágenes difusas de lo que sería un musical de los años cincuentas. Se besaron largo rato. El chico tuvo la iniciativa de sacarle la blusa floreada y el pantalón jean apretado, dejando al descubierto el brasier crema de copa y un calzón bóxer blanco.
Se besaron e hicieron el amor. Lo hicieron en todas las posiciones posibles. Lo hicieron de espalda, de frente, de costado. Lo hicieron sentados, en la silla, en el baño. Se les ocurrió hacerlo debajo de la cama, pero la posición resultó ser muy incómoda, así que probaron haciéndolo tirados en la alfombra, como dos animales apareándose a plena luz.
Luego se quedaron dormidos un rato, mientras la televisión seguía pasando imágenes de lo que, supuso ella, sería una versión libre de “La bella y la bestia”. Yo soy la bella y tú eres la bestia, le dijo en un momento de suma excitación, mientras lo hacían de espaldas al lavatorio del baño. Hasta que ella se quedó dormida.
- Oye -le dijo el chico, despertándola con el codo-, no te duermas.
- ¿Qué?
- No te duermas.
- ¿Por qué? -Dijo la chica, entreabriendo los ojos, donde asomaron unas pronunciadas ojeras.
El chico no supo cómo responderle. Se la quedó mirando largo rato hasta que ella se volvió a dormir, dejando caer su cabeza sobre la almohada. El chico sintió una leve erección. Ella no quiso saber nada al respecto. ¿Será que ya no me quiere?
- ¿Pero por qué habría de pensar eso? -Se preguntó de inmediato. Levantando las sábanas encontró a su flácido pene agotado y de costado, murmurando pensamientos entonces inaudibles. La despertó de inmediato.
- ¿Qué? -Preguntó la chica.
- Mi pene quiere saber si ya no nos deseas.
- ¿Qué?
- Ya sabes -dijo el chico, ahogando en su cabeza toda clase de inseguridades, pensamientos aterradores, silencios ensordecedores.
- Amor -le dijo el chico.
- ¿Qué? -Le preguntó ella, con su cara oculta entre las almohadas.
- Sé que te parecerá extraño -dijo el chico-, pero quiero que me comas.
- ¿Qué?
- Quiero que me cortes en pedacitos -dijo el chico- que me cocines por partes en una sartén y que me comas.
- Está bien -dijo la chica, mientras por el televisor sonaba una absurda canción de los años cincuentas.
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